Y es que a algunos
nos cuesta entender la importancia de aprender a decir no. Me parece un
ejercicio funcional para ejercer la libertad, esa libertad de decir que sí
cuando la vida nos pone en situaciones en las que, a priori, deberíamos dar un
no por respuesta, pero obstinadamente decimos que sí. Con el tiempo aprendemos
las lecciones que solo dan los años y esa larga lista de sí que hemos dado.
En los
comienzos a todos nos viene bien ganar experiencia. Nos entregábamos en los
proyectos en un 100% no sabíamos distinguir entre colaborar y ejecutar un buen
trabajo hasta verlo realizado. Eran tiempos en los que la causa lo era todo,
ahora los anhelo y más de una vez me pregunto en qué estaría pensando. ¡Tenía toda
la creatividad del mundo en mis manos! Pero claro, con el paso de los años las
cosas van cambiando. Vamos acumulando proyectos y adquiriendo conciencia y
cierta frustración al comprobar que muchas veces nunca valoraron ni reconocieron
tu trabajo. En la mayoría de ocasiones
no se trata de nada personal, tan solo de desinformación e ignorancia unida a
veces a una falta de empatía. Digamos que uno tiene una culpa inconsciente ya
que por mucho que te empeñes nunca van a ver esto como tú, los soñadores
tenemos una extraña forma de ver el mundo y creemos en esa utopía por la
solidaridad y el amor al arte. Es entonces cuando experimentamos una mezcla de
sentimientos encontrados entre la causa y los mitos de la causa.
Con el
tiempo comienzas a ser más selectivo, luego intente aprender a decir “Yo te ayudo – Tú me ayudas”. Con esto
intenté que valorasen de verdad lo que estaba haciendo por ellos. No siempre lo
conseguí y, aunque siempre tuve claro que lo hacía porque quería, también en
algunos casos aprendí a decir que no.
Luego están
los proyectos que han sido tu vida, los que creaste y viste crecer. Esos en los
que esta una parte de ti, y se vuelven viscerales. En estos casos he trabajado
hasta el amanecer y la experiencia junto a los resultados se vuelven el mejor
pago e incentivo.
Con el
tiempo aprendí que cuando me envuelvo en estos proyectos debo de ser
extremadamente cuidadoso y he redactado mis propuestas y documentos que reflejaban el acuerdo entre ambas
partes. Aprendí que nunca he de trabajar a cambio de nada. En la mayoría de
estos casos he cerrado contratos de intercambio de prestación de servicios –lo
que ahora llaman acuerdo “win to win”– e incluso otros beneficios. Después de
algunos de estos trabajos he querido viajar a la época del trueque y mandar a
tomar viento a este sistema económico que se centra solo en el dinero.
Otras veces
me han enamorado los proyectos y aunque no siempre me han salido bien han sido
buenas experiencias. Ha sido el caso de colaboraciones que me han ofrecido:
diversas ONG, organizaciones, museos comunitarios, proyectos de índole
cultural, etc. Eso sí, con el tiempo he desarrollado mi olfato para identificar
las buenas propuestas con las que realmente me identifico, tienen futuro y valen
la pena trabajar por ellas. De estos trabajos uno espera siempre encontrar otros soñadores como uno, pero se da cuenta
que no siempre es así, que a veces hay víboras intentando robarte el entusiasmo.
Para
terminar, encuentro con extrema placidez aquel tiempo invertido en el que he
trabajado gratis para proyectos personales, tiempo que aprendí a disfrutar,
perfeccionar y sacarle provecho. Es más, creo que hasta ahora nunca fui
consciente de que era trabajar gratis ya que siempre lo vi como una inversión
segura, una oda al esfuerzo direccionado, a la solidaridad humana, al arte que
es de todos y de nadie.
Quizá ese
sea el quid de la cuestión, amar lo que haces, porque cuando lo haces no pesa el
tiempo ni los esfuerzos invertidos, sino la satisfacción de ver los proyectos
realizados, aunque estos jamás tengan tu nombre como gafete, pero sabes que llevan tú sangre en las entrañas.


