miércoles, 12 de julio de 2017

¿Por amor al arte?


Trabajar en el arte y en la gestión cultural, presuponen para el común general, trabajar gratis, nadie se pregunta de que viven los trabajadores del arte y la cultura. Creo que todos y todas los que tenemos un tiempo bregando en este barco hemos trabajado en muchas ocasiones gratis. ¿Quién no lo ha hecho? Creo que todo empieza  en los inicios de la profesión, cuando nada importa más que “la causa”. Luego vienen los compromisos de solidaridad, los amigos, los ideales, los buenos proyectos, la identidad .La libertad de trabajar en y por lo que te gusta y te nutre el alma.

Y es que a algunos nos cuesta entender la importancia de aprender a decir no. Me parece un ejercicio funcional para ejercer la libertad, esa libertad de decir que sí cuando la vida nos pone en situaciones en las que, a priori, deberíamos dar un no por respuesta, pero obstinadamente decimos que sí. Con el tiempo aprendemos las lecciones que solo dan los años y esa larga lista de sí que hemos dado.

En los comienzos a todos nos viene bien ganar experiencia. Nos entregábamos en los proyectos en un 100% no sabíamos distinguir entre colaborar y ejecutar un buen trabajo hasta verlo realizado. Eran tiempos en los que la causa lo era todo, ahora los anhelo y más de una vez me pregunto en qué estaría pensando. ¡Tenía toda la creatividad del mundo en mis manos! Pero claro, con el paso de los años las cosas van cambiando. Vamos acumulando proyectos y adquiriendo conciencia y cierta frustración al comprobar que muchas veces nunca valoraron ni reconocieron tu trabajo.  En la mayoría de ocasiones no se trata de nada personal, tan solo de desinformación e ignorancia unida a veces a una falta de empatía. Digamos que uno tiene una culpa inconsciente ya que por mucho que te empeñes nunca van a ver esto como tú, los soñadores tenemos una extraña forma de ver el mundo y creemos en esa utopía por la solidaridad y el amor al arte. Es entonces cuando experimentamos una mezcla de sentimientos encontrados entre la causa y los mitos de la causa.

Con el tiempo comienzas a ser más selectivo, luego intente aprender a  decir “Yo te ayudo – Tú me ayudas”. Con esto intenté que valorasen de verdad lo que estaba haciendo por ellos. No siempre lo conseguí y, aunque siempre tuve claro que lo hacía porque quería, también en algunos casos aprendí a decir que no.
Luego están los proyectos que han sido tu vida, los que creaste y viste crecer. Esos en los que esta una parte de ti, y se vuelven viscerales. En estos casos he trabajado hasta el amanecer y la experiencia junto a los resultados se vuelven el mejor pago e incentivo.



Con el tiempo aprendí que cuando me envuelvo en estos proyectos debo de ser extremadamente cuidadoso y he redactado mis propuestas y  documentos que reflejaban el acuerdo entre ambas partes. Aprendí que nunca he de trabajar a cambio de nada. En la mayoría de estos casos he cerrado contratos de intercambio de prestación de servicios –lo que ahora llaman acuerdo “win to win”– e incluso otros beneficios. Después de algunos de estos trabajos he querido viajar a la época del trueque y mandar a tomar viento a este sistema económico que se centra solo en el dinero.

Otras veces me han enamorado los proyectos y aunque no siempre me han salido bien han sido buenas experiencias. Ha sido el caso de colaboraciones que me han ofrecido: diversas ONG, organizaciones, museos comunitarios, proyectos de índole cultural, etc. Eso sí, con el tiempo he desarrollado mi olfato para identificar las buenas propuestas con las que realmente me identifico, tienen futuro y valen la pena trabajar por ellas. De estos trabajos uno espera siempre encontrar  otros soñadores como uno, pero se da cuenta que no siempre es así, que a veces hay víboras intentando robarte el entusiasmo. 


Para terminar, encuentro con extrema placidez aquel tiempo invertido en el que he trabajado gratis para proyectos personales, tiempo que aprendí a disfrutar, perfeccionar y sacarle provecho. Es más, creo que hasta ahora nunca fui consciente de que era trabajar gratis ya que siempre lo vi como una inversión segura, una oda al esfuerzo direccionado, a la solidaridad humana, al arte que es de todos y de nadie.


Quizá ese sea el quid de la cuestión, amar lo que haces, porque cuando lo haces no pesa el tiempo ni los esfuerzos invertidos, sino la satisfacción de ver los proyectos realizados, aunque estos jamás tengan tu nombre como gafete,  pero sabes que llevan tú sangre en las entrañas.