La última conversación con el loco del pueblo.
¿Cómo le gustaría que lo recordaran en su pueblo, cuando muera don Alejandro?
¿Cómo le gustaría que lo recordaran en su pueblo, cuando muera don Alejandro?
Fue una de las
últimas preguntas que le hice. Con el bastón entre sus manos y una mirada de
melancolía suspiro y dijo: “…en estos
tiempos, ya nadie se acuerda de los muertos...”
Luego de su reciente y sensible fallecimiento
en junio del presente año. Aquellas palabras resuenan entre las calles
empedradas que dan a su última morada.
Su casa es una suerte de jardines, misterios, secretos, sueños y
memorias. Cada rincón contiene vestigios de su impronta indeleble. Bellos jardines, fuentes, espejos de agua, Libros
bordados con la filigrana de sus manos. Esculturas donde el golpe del cincel y
los años atestiguan la lealtad de su celoso resguardo. Pinturas, partituras,
fotografías, documentos, periódicos y manuscritos, colecciones de gran valor patrimonial que
lejos de sus celosas manos pueden atentar al olvido.
Muchos fuimos testigos de su celosa custodia.
Su delicada y grave voz de ángel, describía con fino detalle la historia de cada
pieza entre los altares. Con enorme lucidez los recuerdos se dibujaban en los corredores
de su casa. Uno a uno describía los nombres y anécdotas de amigos, amigas y sus lejanos viajes.
Era muchas veces un poeta de la palabra. Un caballero elegante deslizándose entre
dinteles del tiempo. Obstinado con el vuelo algunas noches viajaba entre los
cielos armónicos de Beethoven, Schubert y Handel.
Este hombre amó su pueblo como pocos lo hacen en este
tiempo. Lo amó hasta el odio. Dedicó su vida a construir sueños, fue de esos
Locos lindos del pueblo, que todos conocen y nadie comprende. Su pasión hasta la locura fue el Cine. Dirigió el primer largometraje del país, registrando sueños celuloides,
desparramados hoy en el olvido. A su pueblo le escribió su himno, dibujó su
plaza y escudo, y Suchitlán dio por nombre al lago. En medio de su divina locura, soñó
con lo imposible en aquel entonces: hacer cine desde un pueblo, construir un teatro desde las ruinas y establecer un festival
internacional de arte en medio de la guerra. Recogió del estruendo del fuego la
memoria de valiosos objetos, santos y martirios. Cuando todos se fueron huyendo
de la guerra, él se quedo a resguardar la memoria junto a su pueblo. Rescató el olvido memorable de los
días perdidos. Cultivó las mas bellas flores de su jardín con dedicación, construyó carrozas de corceles parisinos. Escribió innumerables memorias y poemas; trasformó con su pluma el pueblo, hasta llevarlo a los albores del siglo XXI.
Necio y obstinado con lo perfecto, su brazo
jamás torció ante los hombres. Su visión del mundo, el cine y el arte fue
integral ecuánime, parsimoniosa y gallarda. Como buen arquitecto de sueños cultivó sus jardines, construyó su Teatro y más de veinticuatro festivales fueron cuidados
por la fineza de su gusto, desfilando exquisitos exponentes de la música clásica
y contemporánea. Era todo un derroche de lujos para un pueblo de caminos empedrados, que
nunca abrazó ni entendió completamente la gentileza de sus sueños.
Pocos recordarán sus gestas, triunfos y sueños.
Acaso algunos señores que miraron brotar el fruto de sus promesas. Acaso algunas
señoras que siguieron sus pasos y creyeron junto a él en los sueños. No será un arrebato decir que Suchitoto no seria lo que hoy es, sin los sueños de este pequeño hombre. Pero en un país mediático y carente de memoria, el olvido de su gesta casi es posible. Hay muchos frutos
para ignorar su aporte y legado, no se borrará su nombre tan fácilmente.
Hoy su cuerpo alimenta los jardines de su casa, para amanecer mañana como aroma frutal entre las flores y los trinos de los pájaros. Pocos lo comprendieron. Raras veces se comprenden a locos de ese tipo en los pueblos. Y es que como muy bien me dijo: “en estos tiempos, ya nadie se acuerda de los muertos”.
Hoy su cuerpo alimenta los jardines de su casa, para amanecer mañana como aroma frutal entre las flores y los trinos de los pájaros. Pocos lo comprendieron. Raras veces se comprenden a locos de ese tipo en los pueblos. Y es que como muy bien me dijo: “en estos tiempos, ya nadie se acuerda de los muertos”.
Hoy transcribo el último sueño que soñamos con
su Casa: convertirla en un Centro Cultural que llevara su nombre. Proclive del
olvido su vida y su casa es un enorme legado patrimonial para Suchitoto y el
país. Ojalá el pueblo asuma el compromiso de continuar sus sueños, así como de vigilar y cuidar el valioso legado
guardado en la salas de su casa. Este inmueble fue cedido por decisión personal de don Alejandro en el 2009 al Centro Cultural Salvadoreño Americano siendo ellos actualmente propietarios
legales del inmueble y custodios de los bienes muebles. Pero por derecho
patrimonial e histórico el pueblo debe asumir el compromiso de vigilar y velar
por el resguardo, conservación y buen uso del legado por el que luchó y dedicó toda una vida el hijo meritísimo de su pueblo: Alejandro Cotto.
Brindamos nuestro voto de confianza al Centro
Cultural Salvadoreño Americano, de dar continuidad al trabajo cultural
protegiendo y promoviendo la vida y obra de don Alejandro Cotto entre las nuevas generaciones.
Compartimos algunas ideas sugeridas por
nuestro equipo Museológika para la continuidad y resguardo del legado, incorporando estrategias y programas innovadores de arte, turismo y educación que permitan la proyección y sustentabilidad del proyecto en el Municipio. /md





